Conocemos la ira por diversos nombres. Enfado, furia, cólera… Todas estas palabras hablan de las emociones.
Solemos calificar la ira como una emoción “negativa” y luchamos para que no aparezca. Sin embargo, todas las emociones son indispensables y necesarias para adaptarnos al mundo que nos rodea. Por tanto, no existen las emociones buenas o malas
Las emociones modulan nuestro comportamiento, facilitan la toma de decisiones y prepa- ran a las personas para rápidas respuestas motoras (Gross, 1999). Sin embargo, para poder disponer de todos los recursos que nos aportan las emociones es necesario disponer de determinadas habilidades emocionales.
Por tanto, las emociones son necesarias para desenvolvernos en la sociedad y para adaptarnos a las diferentes situaciones. Tratar de suprimir la ira, así como las emociones consideradas “malas”, genera malestar e impide la adecuada gestión de las situaciones. La ira, cundo se gestiona, tiene la función adaptativa de defendernos de un peligro, un ataque o motivarnos para conseguir algo.
La ira tiene numerosos desencadenantes. Algunos pueden ser: cuando alguien interfiere en lo que nos hemos propuesto, cuando intentan dañarnos física o psicológicamente o la ira reactiva a lo que recibimos de los demás. También la decepción o la traición, así como la defensa de ideales pueden ser motivo de expresiones de ira.
En el contexto laboral, vivimos diariamente la presión, las discrepancias con compañeros y compañeras o los cambios de última hora son situaciones que pueden generar ira.
Los sucesos que tienen lugar en el trabajo tienen un impacto emocional en la plantilla. Las emociones afectan tanto a la conducta como a las actitudes. Por tanto, dicho impacto repercute en el grupo y en el desempeño laboral. (Weiss,2002). Una adecuada gestión emocional en el lugar de trabajo no solo disminuye los factores estresantes, sino que también aumenta la productividad.
Para la gestión de la ira en el contexto laboral encontramos varios pasos básicos:
Contenidos
1. Descargar el exceso de energía:
Como hemos mencionado anteriormente, la ira produce la energía necesaria para afrontar situaciones de peligro o estrés. Sin embargo, si esta energía no se canaliza adecuadamente puede implicar que haya manifestaciones inadecuadas de la emoción. Por tanto, el ejercicio físico o la meditación son grandes aliados para canalizar el exceso de energía, lo que nos permitirá gestionar la ira con mayor eficacia.
2. Dialogar con la otra parte:
Una fase muy importante de la gestión es motivacional viene tras haber controlado la expresión. Dialogar y tratar de solucionar las diferencias que tenemos con la otra persona, así como expresar de forma asertiva el desacuerdo nos ayudará a cerrar el suceso y no “acumular” ira que no necesitamos.
3. Negociar la solución al conflicto:
Una vez que hemos expresado de forma asertiva cómo nos sentíamos, podremos decidir junto con la otra persona o partes implicadas, la forma en la que queremos solucionar el conflicto, de manera que ninguna parte se encuentre en desequilibrio.
4. Reflexión a posteriori sobre para que haya servido el enfado:
Querer ejercer o imponer un castigo a la otra persona, por no haber “ganado” no forma parte de una correcta gestión de la ira. De entre las formas de castigar, podemos encontrar el silencio o dar un portazo. Todas estas prácticas mantienen la ira en el tiempo y hacen que sea difícil la resolución del conflicto.
La gestión emocional en el contexto laboral, no solo favorece nuestro desempeño en el trabajo, también nos ayuda al crecimiento personal y el desarrollo de la inteligencia emocional. La gestión de la ira ayuda a reducir el estrés y previene el síndrome de burn- out, así como trastornos depresivos y ansiosos. Cuidarnos y observar como estas emociones afectan a nuestra vida diaria es fundamental para desarrollar una actividad laboral placentera y sentirnos realizados.
Integra. Resuelve. Avanza.
Cristina Fiestas Díaz
Psicóloga Sanitaria
Nº Col: AN10861